viernes, 28 de noviembre de 2014

El camino de un artista

A mi grupo nos tocó una pintura de Alfredo Gramajo Gutiérrez, Llamada con el santo y la limosna y el trabajo consistía en escribir un cuento realista a partir de la imagen, investigando quien era el santo o la persona, como era el lugar.
El grupo en general trabajo bien, no hubo conflictos entre nosotros y a la hora de escribir todos estábamos de acuerdo con la idea. Generalmente participe lo suficiente para llevar a cabo el trabajo de manera adecuada, mis compañeros también trabajaron unos más que otros pero siempre la idea era la misma para todos. Todos al principio no sabíamos cómo empezar, pero luego nos pusimos a pensar alguna idea como para una historia que pareciera real, después salió la idea a partir de ver la foto que nos tocó, (que era de un hombre que sostenía la imagen de un santo) y empezamos a escribir el cuento. Al empezar todos tirábamos ideas al azar, pero siempre le preguntábamos al grupo si les parecían bien nuestras ideas.
Me gusto como quedo el producto final, No hubo ningún problema en el grupo porque siempre estábamos en contacto.

Este es el producto final.
El camino de un Artista   
 

Me encuentro aquí en mis últimos momentos de vida. Ya no sé qué pensar, ya no puedo pensar.

Solo aparecen algunos recuerdos… De chico me gustaba imaginarme que podía llegar a ser de grande. Seguía los pasos de mi padre, a él le encantaba pintar con lo que tenía. Yo, a veces, le pedía permiso para pintar, pero él nunca me dejaba; sus pinturas eran lo más importante que tenía después de mí.

Será por eso que lo único que deseo ahora es hacer lo que más me gusta: pintar.

Siguen los recuerdos: Cuando cumplí los 15 años empecé a pintar con lo que mi padre me había dejado; al principio, no eran muy buenas mis pinturas, no tenía experiencia. Observaba siempre un cuadro que mi padre había dejado a medio terminar Antes de morir. Me imaginaba mil formas de terminarlo. No me animaba. La imagen del Santo en ese cuadro era poderosa: me atemorizaba y me impactaba.

Recuerdo que hace unos meses por fin me habían dado la oportunidad de exponer mis pinturas en un lugar muy conocido, estaba muy feliz y emocionado, era lo que siempre había querido. Me llamaron para tomar mis datos y para ver cuántas obras tenía para exponer. Pero para mi suerte, unos días antes del día de la exposición, me enfermé, llamé a un médico para que me dijera si debía tomar medicinas o algo, pero no supo bien lo que me pasaba. Me preocupé bastante: no quería tener una enfermedad seria antes del gran día. Me dirigí hacia un hospital para saber qué me estaba pasando. Me dijeron que era algo grave y que por eso me tenían que hacer unos estudios, que podían llegar a cambiar todo. Los doctores pensaban que tenía cáncer de pulmón.

Las habitaciones del hospital eran grandes, luminosas y frías. Me tocó la número 236. Tenía una cama amplia, un sillón por si recibía visitas, un baño privado, una máquina y una vista increíble.

Pedí pinceles, un lienzo blanco y colores. De alguna manera iba a pintar, no sabía qué, pero lo necesitaba.

Los doctores volvieron y, finalmente, me lo confirmaron: tenía  cáncer de pulmón. Me dijeron que iba a ser muy difícil presentar la muestra debido a que el cáncer había avanzado y teníamos que empezar con la quimioterapia lo más rápido posible, antes de que una tragedia sucediera.

            Me desilusioné. La exposición de mis obras era el sueño de mi vida, pero ahora era casi imposible. No planeaba darme por vencido, pero tampoco encontraba una manera de hacer las dos cosas: de curarme y de llevar a cabo mi sueño.

Unas semanas más tarde tuve una idea: no sería fácil, pero debía hacerlo. Tendría que lograr verme de una forma en la cual no se notara que estaba enfermo. Necesitaría “disfrazarme”.
Cuando encontré los elementos adecuados para hacerlo, me escabullí por los pasillos hasta llegar a la salida. Me dirigí hacia el lugar de la muestra, me recibieron y la inauguración comenzó.
¡Fue un éxito! Un montón de personas estuvieron ahí por los cuadros pintados por mí, me sentí muy orgulloso, pero en ese momento sentí un dolor muy fuerte en el pecho y  no sentí nada más hasta llegar al hospital.

Ahora me llevan a la sala de operaciones, me aplican anestesia, y ya  no siento nada más.

Cuando tomo conciencia de donde estaba me doy cuenta que el cuadro seguía ahí, ahora que lo miro me doy cuenta que ya es un cuadro terminado y si mi padre estuviera aquí estaría muy feliz.

Mi corazón se detiene poco a poco. Alguien, pero no sé quién, empieza a llorar. Escucho el ruido del respirador y las exclamaciones de sorpresa de los médicos, pero ya no puedo sentir nada ya que lo único que veo es una luz blanca, pero…






                                                                                                                         Autores: Mayra Pagano, Catalina   Gamero, Ezekiel Kentros y Julia Fazio

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